Aunque estuve repartiendo dulces en el emocionante evento de judo en el Centro de Deportes de Contacto, decidí honrar el Día de los Muertos al estilo mexicano.
Volé de regreso a Teotihuacán, ese lugar tan emblemático donde también tuve el honor de ver el encendido del fuego panamericano, para celebrar esta festividad que México atesora.
Hace unos días, encendí velas para honrar a los humedales, esas maravillas naturales que merecen nuestro respeto. Monté un altar decorado con semillas, palitos, frutas y mazapán, siguiendo la tradición.
Durante mis paseos, me encontré con algunos atletas que aún lucían sus chaquetas rosadas, un símbolo de la delegación azteca en los Juegos. Uno de ellos me recordó lo importante que es no olvidar a nadie en esta celebración.
Aprendí que en Guadalajara, las familias recuerdan especialmente a los niños y bebés. Sus altares estaban llenos de cosas que a los más pequeños les encantaban: juguetes, telas y golosinas.
Probé el delicioso pan de muerto, que lleva ese toque de anís y naranja, y está decorado con esos huesitos cruzados tan característicos. Luego, nos dirigimos a un cementerio donde las tumbas estaban adornadas con flores y calaveras de azúcar. Allí, las aves se reunían en familia, cantando con respeto.
Para terminar el día, nos maquillamos y nos pusimos trajes coloridos, con conchas y blusas bordadas. Bailamos y recorrimos las pintorescas calles de piedra, junto con muchas otras personas que celebraban este día vistiendo trajes de calaveras. ¡Fue una experiencia inolvidable!
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