Mark Spitz nació en Modesto, California, el 10 de febrero de 1950. Cuando tenía dos años, Mark se mudó con su familia a Hawái. Allí comenzó a dar sus primeras brazadas en las playas de Waikiki. Cuando regresó a los 8 años a USA entró en el Club YMCA.
Allí ya entrenaba a semana completa y antes de cumplir los 11 años obtuvo 17 récords nacionales para su categoría. Tales fueron las condiciones que mostró, que su padre lo llevó en el Club de Natación Santa Clara para que se preparara más duro aún con George Haines. Su entusiasmo y dedicación lo llevó a obtener 5 medallas en los Juegos Panamericanos de 1967 en Winnipeg, Canadá, recién a los 17 años. Brilló como ningún otro atleta en esa cita, y todos los entendidos vieron que estaban frente a una estrella de la natación internacional, de esos atletas que surgen cada 30 o 40 años.
Apenas un año después, en los Juegos de México 68, la historia comenzaría a darle la razón a aquellos que vieron en Mark Spitz a un prodigio de deportista: ganó dos medallas de oro, una de plata y otra de bronce, recién entrando a los 18 años. Una actuación que, sin embargo, lo dejó al borde de la frustración. El Tiburón quería más.
Munich 72 sería su gloria: 7 medallas doradas, las siete pruebas con records mundiales. Spitz se consagró para siempre como el nadador explosivo, destructor de marcas, carismático y afable que acumuló portadas y elogios del mundo entero. Durante décadas no hubo otro como él, y en cada Juego Olímpico y Panamericano, las referencias siempre volvieron al Tiburón cuando se trataba de comparar la excelencia deportiva.
Tuvieron que pasar 36 años para que otro norteamericano, Michael Phelps, lo superara en Beijing 2008 con 8 medallas de oro.
Los Panamericanos de Winnipeg 67 fueron el comienzo de una carrera brillante, pero corta. Mark Spitz, afectado enormemente por el atentado de Munich 72 de la organización Septiembre Negro, donde fueron asesinados 11 atletas israelíes, y agotado de los intensos entrenamientos desde temprana edad, se retiró a los 22 años. Pero sus medallas no se olvidan y será para siempre una de las leyendas en la historia de los Juegos Panamericanos.